Recuerdas hoy a las mujeres -nombre, rostro y su dolor- y las plegarias que trataron de acercarte y mantenerte cerca. ¿Sólo es humo tibio lo que ofrecen a tu carne nunca trémula? ¿O es que son sus labios al besarte los que besan la ceniza?
viernes, 28 de marzo de 2008
Todos los fuegos el fuego
Recuerdas hoy a las mujeres -nombre, rostro y su dolor- y las plegarias que trataron de acercarte y mantenerte cerca. ¿Sólo es humo tibio lo que ofrecen a tu carne nunca trémula? ¿O es que son sus labios al besarte los que besan la ceniza?
miércoles, 26 de marzo de 2008
El primer paso
lunes, 24 de marzo de 2008
Aristóteles contemplando el busto de Homero
Decía Pessoa que todo pensamiento nace de una sensación contrariada. Esta perplejidad pessoana quiere ser una puesta en claro del carácter consolador del pensamiento. Como el amante despechado que anestesia su contrariedad entre abrazos mercenarios, el pensamiento se convierte en el refugio del deseo cuando éste se estrella contra la realidad amurallada. "Defensa frente a las ofensas de la vida", el pensamiento es una distracción ante los reclamos del dolor y de la muerte: ese juguete que cuelga del cabezal de un lecho donde agoniza un niño mortalmente enfermo.
Pero hay algo más.
Ha planeado siempre sobre el pensamiento no utilitario la sombra constante y ominosa de la sospecha. Innumerables son las voces que han establecido -y que establecerán- un hiato entre el pensamiento y la "auténtica vida". Todo pensamiento debería recordarnos la ruina de una sonrisa. Se entrega al pensamiento quien encuentra su voluntad derrumbada ante la sombra, el jugador que se ha resignado a convertirse en juguete del azar, cuyo nombre es el destino: Cada vez que tenemos una idea -sentencia Cioran-, algo se pudre en nosotros. La historia de las ideas es la historia del rencor de los solitarios. El pensador, lejos de la imagen heroica que de él labrara Rodin, actúa como el mendigo que contara y recontara ensimismado y rencoroso la miserable calderilla de la vida.
Y sin embargo, recuerdo hoy este cuadro:
Homero, Aristóteles, Alejandro. Nombres que aun hoy desafían al polvo. Rembrandt los reúne en su cuadro Aristóteles contemplando el busto de Homero. Sobre un fondo velado, que sólo se entreabre para mostrar unos libros, el viejo filósofo posa su mano derecha sobre el busto del poeta y apoya su izquierda sobre un cordón dorado del que pende la efigie de su discípulo Alejandro. Encuentro en esta obra una meditación sobre la naturaleza del pensamiento. Una apología y un homenaje.
Aristóteles contempla con una serenidad que mezcla admiración y melancolía el rostro ciego del aedo. Sus manos son el puente que une al poeta y al guerrero. Su función es hacer inteligible a Alejandro, insuflar en el joven el élan homérico. El filósofo, el pensador, no es más que un mediador, un sirviente de esos héroes transfiguradores de la vida. Su territorio son las sombras. Su destino, el polvo que azotará las efigies inmortales que acarician sus manos.
Y sin embargo, sostiene Tanizaki, la belleza nace a veces de la conversión de la necesidad en virtud. Así como los japoneses, obligados por el pragmatismo a convivir en sus hogares con la sombra, aprendieron a encontrarle o inventarle su belleza, el hombre, necesitado del pensamiento para sobrevivir, ha aprendido a convertir el medio en fin y su menesterosidad en trayecto hacia la gracia. Las altas torres del pensamiento también deben edificarse sobre la sombra, como el rostro de Aristóteles corona iluminado su oscurísima pechera. ¿Despreciaremos también el agua porque a ella nos empuje la sed? ¿Rehuiremos el retorno a Ítaca porque nos arrastre a ella la dolorosa huella en la memoria? Porque la acción es ciega si antes no ha sido templada en la forja de la reflexión. El mundo humano es mudo hasta que el pensamiento lo aferra con su garra o lo despierta con su caricia. ¿Cómo desdeñar la suerte de Aristóteles, la amorosa delicadeza de sus manos?
Pero hay algo más.
A medida que el tiempo se acorta ante mí y el panorama de la vida deja de ser un horizonte ilimitado, empiezo a comprender que la vida que se entrega al pensamiento encuentra al fin la mirada de Aristóteles. Y hay algo -lo sé- infinitamente humilde y compasivo en esa mirada. La convicción inabrogable de que la acción, por brillante y grandiosa que se presente, nunca deja de ser parcial y es siempre injusta, de que no hay caricia sin dolor ni generosidad sin herida.
Por qué se enfrentaron y para qué tanto esfuerzo, para qué guerrearon en lugar de mirar y de quedarse quietos, por qué no supieron verse o seguirse viendo, y a qué tanto sueño y aquel rasguño, mi dolor, mi palabra, tu fiebre, y tantas las dudas, y tal tormento.
"Nunca estamos en casa", se lamentaba Montaigne por nuestra incapacidad para habitar el presente. Pero sin el recuerdo del pasado y el horizonte del futuro, el presente es ciego, inhabitable y cerrada nuestra casa. Pensar es la fidelidad al legado que nos ha conformado y "un mecenazgo a favor del futuro". El pensamiento es el latido de la vida y en su sístole y diástole perseveramos en el polvo ardiente que somos.
Contemplo una última vez a Aristóteles. La penumbra de su casa y la promesa de los libros, al fondo; la claridad, el agradecimiento, allí donde entrelaza su mirada con la mirada del poeta. Con su mano tendida hacia las cosas, el pensamiento traza un puente entre el corazón y el mundo. Ondea como una bandera allí donde no ha triunfado aún el deseo de desaparecer y abandonar la casa que es -hoy lo sé- mi casa.
miércoles, 12 de marzo de 2008
Babel
A veces, en la secreta página de un libro, en el alba agotada de una alcoba, en el tortuoso laberinto de una plegaria creían descubrir una palabra perdida del lenguaje común, una señal del antiguo vínculo, fugaz y esquiva como la dicha.
Despertado por rumores lejanos que no entiendes o por el silencio intolerable, también hoy te asomas a la ventana que se abre a la noche y acechas el cielo que tus antepasados quisieron alcanzar en Babel. Y encuentras otra vez las nuevas torres, las pequeñas estrellas cuadradas que desaparecen una a una, gota a gota, en lo oscuro.
Y tú, respetando uno de las pocos gestos que te vincula aún con tus semejantes, apagas la luz y vuelves a la cama entre sombras.
La costilla de Adán (7). Libros y mujeres
jueves, 6 de marzo de 2008
lunes, 3 de marzo de 2008
Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.